La niña santa: Gracias a Dios por la Martel

17Dic04

¿Qué clase de evento es el que dispara un relato? ¿Debe ser ostentoso y resonante? ¿Misterioso? ¿Escalofriante?

¿Cómo se construye una historia fuera de las coordenadas del relato lineal? ¿Qué clase de historias son las «interesantes»? ¿Cómo se estructuran narraciones corales contemporáneas argentinas sin caer en el costumbrismo ramplón?

Este tipo de inquietudes son las que despeja La niña santa, de la cada vez más enorme Lucrecia Martel.

En mi caso, no puedo ser neutro con esta película, como no puedo serlo con La Ciénaga, porque vivo en el noroeste argentino, y las películas de Martel respiran noroeste por sus veintiocho costados.

Y no lo hacen desde el regionalismo que es tan bien visto en las capitales, y por lo general en el for export. La mirada de Lucrecia Martel mete su propio contexto en una respiración distinta y exquisita a lo que estamos acostumbrados a ver en cine nacional

¿De qué trata La niña santa? De la pasión, de lo equívocos, de la pubertad, de la vida. En este caso, un gesto fuerte pero silencioso dispara la entrada a un universo de casi primeros planos, de actuaciones sobrias y detalles incidentales construyendo la acción. Y esa aparente baja intensidad no abandona el entramado de relaciones que se desarrolla al compás de la trama. Que a través de conversaciones acotadas y los gestos medidos se van acumulando capas de atmósfera que no sólo contextúan, sino que constituyen en sí la narración.

En las películas de Martel están esas cosas que es raro encontrar en un film, recorridas por un ojo incisivo, discreto y austero. Hay camas compartidas al azar, como después de un almuerzo en los domingos de provincia. Hay chicos curioseando; hay conversaciones a medio tono; mujeres que bailan porque sí, en celebraciones íntimas, esas canciones grasas e inolvidables.

La música de fondo de La niña santa, por decisión expresa de la guionista y directora, es el propio sonido de un hotel envuelto en la bruma de su decadencia eterna; Las empleadas que doblan la ropa, que se meten en el cuadro echando flit; el rumor del comedor y la cocina.

Y claro, las voces. Los susurros que revelan esa otra verdad que es tan difícil de traducir en frases, y tan reconfortante ver que todavía hay alguien capaz de transformarla en cine.

En el DVD tiene como extras el cortometraje Rey muerto, así como un documental de filmación que acerca aún más al espectador a las ideas y al proceso de rodaje de Martel.



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