Charly García: no apto para sordera intelectual

20Jul04

Cuenta un amigo que es promotor de espectáculos acá en la provincia, una anécdota de Charly García que si no es verdadera merecería serlo.

Charly fue un chico prodigio, comenzó en el piano a los 7 años; eso es de conocimiento público, por lo menos en Argentina. De chico, estaba dando un examen de piano frente al típico tribunal de tres profesores, uno de los cuales era su propio maestro. Toca el repertorio clásico acostumbrado, los sorprende por la madurez, dada la edad, y cuando sale, el profesor lo llama aparte:

– ¿Quién te dijo que podés improvisar sobre Beethoven?

Charly lo mira sorprendido.

– Ah ¿Se dio cuenta?

Ese recorte pinta entero a Charly García y a su singularidad en el arco de la música popular contemporánea argentina. Músico de formación clásica que se inclina hacia el rock tras el terremoto que significan Los Beatles en su vida, uno de los co-creadores del «rock en castellano», en una trilogía exquisita con Litto Nebbia y Luis Alberto Spinetta, línea de tres que sigue produciendo música de calidad y muy difícil clasificación.

No se trata acá de reseñar la historia de García, porque de eso hay para hacer dulce. Sí me interesa más que nada algunos detalles laterales de su última producción, esa que la gente desdeña sin pensar dos veces, y muchas veces sin pararse a escuchar.

Charly dijo cuando sacó su disco «El Aguante» algo que pasó bastante desapercibido, y sería bueno rescatar: «No se bancan decir que es malo, porque ninguno entiende un pepino de música». Y es verdad. Había que leer las reseñas de entonces para ver cómo los críticos se corrían solos con la vaina.

Porque García tiene razón. En este país la mayoría de los que escriben el comentario de un disco de rock – ya no digamos una crítica -, no es que no sepan escuchar ¡es que a veces ni pueden escribir! Y además el personaje público de García, metido en una performance 24 horas los abruma, los saca de cuadro, los deja en permanente exposición de su ignorancia.

Argentina es un país que a esta altura tiene destino de Africa. El desguace del estado, una historia trasegada de dictaduras, y veinte años de una democracia avasallada hasta mera institución mientras la mitad de la gente se cae debajo del agua y el país se entrega a los amigos del poder, dicen mucho.

Y los grupos y gustos musicales paridos mientras tanto, lo reflejan. Y el susto frente a García, mucho más.

Charly García no es sólo un músico, lo mismo que Picasso no fue sólo un pintor. Charly García es un artista total, consciente de su lugar de antena.

En una sociedad que está hecha mierda, un artista que la refleje en serio, no puede producir más que malestar.

A Me_em se le arrodilló (¡y dos veces!) más de la mitad de la Argentina. Pero cuando García lo pone en evidencia yendo a tocar a Olivos, provoca el escarnio de las buenas conciencias.

Todos los gobiernos democráticos de Alfonsín hasta acá – y éste está por verse si éste no – las forrearon a las Madres de Plaza de Mayo de la peor forma. Charly García las hizo subir a su escenario y les dedicó, en su presencia «Kill my mother».

En algún momento de su periplo, a la altura de «La hija de la lágrima«, García se brotó. A la manera de Prince se autorebautizó Say No More. Un «no digas más» que suena más a «Cerrá el pico». Y escuchame tocar. ¡Y cómo toca García!

De esa época data Casandra Lange, un disco de apropiaciones García de temas clásicos. digo apropiaciones García, porque la palabra cover le queda chica. Invito a escuchar la apropiación García del tema Ticket To Ride de los Beatles, y a comparar con la original. Fuera de joda.

Esa es otra cosa en la que viene laburando, y a la monada local no le deja de rechinar. Parte del constant concept Say No More, implica la abolición de la necesidad de llenar un disco de hits, el deseo de hacer música y no sólo canciones, y de exprimir al mango el estudio como instrumento y no limitarlo a espacio de grabación. A eso Charly lo define como maravillización.

García graba discos que son bocetos brillantes. Deja al escucha con ganas de imaginarse la versión final. Y cada uno de esos bocetos tiene capas y capas de sonidos, ruiditos, instrumentos, retazos de diálogos, en una especie de fresco inacabable de abarcar. Hagan la experiencia de escuchar cualquiera de los últimos discos de Charly en la duermevela, antes de despertarse del todo. O borrachos de lo que sea. Es una experiencia de percepción que desde ya excede las posibilidades de un standard del rock, y nos acerca a un umbral en el que deberíamos sentirnos afortunados de ser contemporáneos de semejante bestia desatada.

Y digo más: su disco Influencia, es uno de los más sólidos que se hicieron en los últimos años. Hay que escuchar la versión original de Todd Rungren del tema que da nombre al disco, y compararla con la apropiación de Charly.

Hay que leer el análisis detallado de cada uno de los hits de los Beatles que hizo en la Rolling Stones argenta para comprobar lo que es un tipo que sabe de lo suyo.

A García la Argentina le queda chica, lo sabe y lo dice. Reclama para sí el lugar que en otros países no le retacean ni discuten a Keith Richards o David Bowie, y juega todo el tiempo con los límites de lo permitido a una estrella de rock.

Los pobres de espíritu y duros de oreja se escandalizan con esos amagues. A los que nos gusta la música y no nos impresiona la marginalidad de ciertas posturas para la galería que exhiben la mayoría de las bandas que hoy suenan en la radio, y no tienen ni para empezar, siempre estaremos dispuestos a escuchar un nuevo disco de García, y nos juntaremos en barra para ir a oirlo en un concierto.

En el último, casualmente, tenía un melómano parado al lado. En un momento me pareció que en medio de un instrumental estaba mechando un clásico. Ni hizo falta que le preguntara.

– Qué hijo de puta – me señaló. – Acaba de tocar Beethoven.

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